"Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes, y tenia el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y un aura de antigüedad oriental que lo mismo podía ser de Bolivia que de Filipinas.
Estaba vestida con un gusto sutil:una chaqueta de lince, una blusa de seda de flores muy tenues, unos pantalones de lino crudo, y unos zapatos lineales del color de las bugambilias. "Esta es la mujer más bella que he visto en mi vida", pensé, cuando la vi en la cola para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle. Le cedí el paso, y cuando llegué al asiento que me habían asignado en la tarjera de embarque, la encontré instalada en el asiento vecino..."
En este fragmento del artículo titulado: "El avión de la bella durmiente", El País, 22-9-1982), Gabriel García Márquez interpreta unos instantes afortunados de la realidad o un simple deseo ante una visión totalmente distinta de compañera de asiento decrépita y tiesa, lanzando toda la admiración que suscita la belleza cuando va acompañada de la novedad y mantiene la distancia: de manera también bella, para no ser menos, y para acrecentar sus sueños y los nuestros.
Pero es verdad que salvo la belleza pocas cosas nos trastornan.
De todos los momentos de cualquiera de nuestros días es mucho mayor el tiempo relacionado con sentimientos que con el negocio de la supervivencia. Y, sin embargo, las emociones quedan aparcadas como si fueran algo secundario.
Cuando juzgamos al vendedor del pan, al jefe, al raro que no nos cae bien en el vagón del metro, etc., nunca nos planteamos que detrás de sus gestos existe un drama humano en mayor o menor medida.
Durante nueve años y medio fui Alcalde de Puertollano. Mi primera acción era saludar a los jardineros, que comenzaban su trabajo a las seis de la mañana, luego visitaba los barrios, más los periféricos, que habían sido degradados por la inmigración masiva y la droga, procurando tomar un café con los albañiles de cualquiera de los tajos. Cuando llegaba al Ayuntamiento, entre ocho y ocho y media, tenía ya la mente llena de problemas humanos de toda índole.
Conocer el índice de la bolsa o la famosa prima de riesgo nos lleva sólo unos instantes del día; intentar interpretar las emociones de los que nos rodean nos ocuparía más tiempo pero sería más eficaz.
Menos mal que tenemos la poesía o la ficción que nos acercan al drama humano de manera más íntima y cercana, para que no sea una sombra imperceptible que pase a nuestro lado, sino una tendencia algo más permanente y duradera, aunque también le exigimos novedad.
No sé lo que tardaremos en dominar la crisis, pero sí sé que recuperar valores que afecten al prójimo costará más y será más dramático.
Aunque, mientras tanto, buscar solo en la literatura, la música, el arte en general, los estímulos, es renunciar a nuestra capacidad de sacar de nosotros mismos lo impulsos. Casimiro.
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