Necesitamos modelos. Es un sentir general, sobre todo de los que piensan, ante la deficiencia de valores referenciales que fueron durante siglos mandamientos incontestados, que la sociedad se encuentra atrapada en una marea de intereses incontrolados nunca conocidos o, por lo menos, nunca tan generalizados, que han barrido hábitos, tradiciones, creencias, temores..., auténticos muros de contención de nuestros peores instintos durante siglos.
Hubo épocas en que bastaba la instauración de un régimen autoritario, de mano dura, para reconducir cualquier conato de ambición, por muy justa que fuese, pero ni hoy ni en un futuro próximo habrá capacidad autoritaria desde la fuerza para controlar al nuevo ciudadano que ha podido disfrutar, por fin, de gozos prohibidos durante siglos, que le hacen sentirse más igual, más libre, más evolucionado, más seguro y desafiante en el amor, en las costumbres, en la firme decisión de derribar cualquier límite que reduzca su apetencia.Y esa sobrexcitación, que rompe reglas e irrumpe de manera injustificada en la libertad del otro, es lo que ha hecho sonar todas las alarmas.
Del "Vive el momento", hemos pasado, por temor, a implorar orden y respeto.
Se buscan valores, nuevos modelos, pregonan los responsables con impotencia. Algunos responsables que en los setenta y ochenta del siglo pasado se desmadraron y animaron el desmadre de la juerga y el vicio desde instituciones serias.
¿Y de dónde sacar ahora los modelos? Dice D. José Antonio Marina algo parecido a esto: "Si tengo buenos ejemplos en la familia, en el trabajo, en el círculo de amigos..., me siento culpable, acosado, acomplejado, desplazado. Si tengo malos ejemplos por encima o al lado, me siento seguro, arropado, comprendido.
Luego el intento es un verdadero reto y un auténtico desafío a la realidad. En el comentario de Elvira Lindo, El País, 11 de enero, "Fuimos testigos", se confirma esta tesis.
Este río desbocado que nos lleva está dispuesto a llevarse por delante cualquier dique moral que se le ponga por delante. Casimiro.
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